A través de mi cuerpo, me he convertido en autora e intérprete de un guion difícil de escribir, pero que he querido ensayar como la indescriptible definición de él mismo.
Todo cambio, todo crecimiento sólo puede ser ascendente, cuando empieza a partir de la auténtica responsabilidad de nuestro ser.
Nuestra consciencia es el primer fundamento para encontrar el equilibrio que todos y todas necesitamos.
El desnudo de las imágenes se hace doloroso, huyendo de la sexualización, pidiendo al espectador su atención urgente, casi para exigirle una mirada más profunda, pero sobre todo su comprensión, porque lo que ve le distrae, la incomodidad, los gestos y las expresiones los percibe demasiado comunes para aceptarlos como propios. La comprensión sólo puede venir de las miradas abiertas, despiertas y libres de conceptos predeterminados, tiene que venir del interior sincero del espectador.
La visión de nuestro rostro en la fotografía es de un realismo incómodo, no solamente por las imperfecciones físicas que creemos tener, nos incomoda porque no sabemos qué personaje hemos de representar, por la falta de definición, porque corremos peligro, el peligro de llegar a la muerte sin saber «qué queríamos ser».
La fragilidad que caracteriza al ser humano nos hace alterables, con el cúmulo de necesidades emocionales que nos debilitan y si no hacemos frente a esta vulnerabilidad, podemos estar condenados a la infelicidad.