Nuestro cuerpo nos representa desde el nacimiento. El bienestar del cuerpo repercute en las sensaciones más materiales y las más profundas, las que vienen de nuestro interior.
Las enfermedades con sus diferentes episodios, el malestar como signo de advertencia, el diagnóstico que nos describe el punto en el que se encuentra, el tratamiento (si existe), su repercusión a nivel de agresividad. Por último, el dolor físico e íntimo el que no admine ningún tratamiento, sólo nuestra actitud.
El ser humano nace y muere solo, en el proceso de la enfermedad, se encuentra también solo.
Existen sensaciones intransferibles, que sólo pueden describirse cuando equivalen a la experiencia individual. Los humanos nos centramos en nuestro propio estado, nos difícil imaginar las sensaciones de otros como nuestras.
La visión de estos cuerpos desnudos nos incomoda, solo somos capaces en una primera mirada, de ver las mutilaciones. Nos han acostumbrado a ver lo que es visualmente correcto. Nos consideramos ingenuamente alejados de la enfermedad y la realidad es que puede pasarnos a cualquiera de nosotros.
Aunque la mujer mutilada, la mujer dolorosamente maltratada por la enfermedad, se transforma en una mujer fuerte y luchadora para con la vida.
Posiblemente, la propia naturaleza es la primera que oprime a la mujer.
Desgraciadamente, mutiladas estamos todas y la peor amputación no es la física.
La más frustrante es la que llevamos incorporada, la que huye de nuestro control, la que ya ha perdido una parte de sí misma y no recuerda cómo era.