Las mujeres estamos conectadas con nuestra naturaleza de una manera absoluta e irrenunciable.
Nuestro cuerpo está condenado como todo ser vivo a nacer y a morir, la diferencia estriba en que biológicamente damos cabida a la vida y este hecho, tan íntimamente ligado a nuestra biología, marca nuestra existencia de la manera más profunda. Nuestras emociones y el cuerpo nos representan y encierran a la vez, si no queremos seguir la voluntad de la naturaleza.
Las imágenes que representan la exposición actúan como símbolo y recordatorio de nuestros procesos y también de nuestras limitaciones. La necesaria autocrítica que las mujeres, individual y colectivamente, es necesario que hagamos. No se trata de reivindicar la mujer perfecta.
Se trata de reflejar a las mujeres reales, con sus contradicciones, dolores, reacciones y sentimientos, ya que una sociedad que tiene idealizadas a las mujeres no acepta otro modelo. Una sociedad influida por las religiones de origen androcéntrico, donde interesa crear un imaginario de pureza y debilidad respecto al género femenino.
Esta percepción se crea en una mentalidad masculina, para tener a raya la esencia original y genuina de las mujeres, y es totalmente falsa.
Para crecer y evolucionar, las mujeres han de admitir sus imperfecciones, sus limitaciones. La vulnerabilidad. Cuando nos dejamos llevar y dejamos que nos engañen haciéndonos creer que podemos ser otras, que el cuerpo físico puede ser perfecto y que el envejecimiento, en ningún caso, ha de hacerse con naturalidad en su proceso. Admitir, sin recelo, lo más oscuro de nosotras mismas. Admitir que en primer lugar, somos humanas.
El cuerpo de la mujer, en la mirada masculina, representa el deseo sexual, elemento que la naturaleza ha creado para la perpetuación de la especie. Pero cuando el tiempo pasa y este mismo cuerpo ya no es objeto de deseo, la propia mujer se precipita al gran vacío, por el engaño de creer que su cuerpo es una herramienta de poder a través del sexo.
Es en este punto donde hay que trabajar, para generar reflexiones y admitir que hacen falta estrategias educacionales y sociales para que el género femenino recupere su propio retrato, confundido y débil, que se ha hecho sin nosotras saberlo.
La naturaleza impasible hace su curso en la vida.
Para contradecir a la naturaleza, solo nos queda trabajar en fortalecernos, arañar desde dentro para resucitar el alma medio dormida.
Solo la fortaleza interior nos hará realmente fuertes, porque en la vejez es cuando nos diluimos y, posiblemente, cuando encontremos nuestra esencia y nos demos cuenta de nuestra simplicidad.