La mente humana es la parte más inestable del conjunto de nuestro organismo.
Nos da el impulso y la movilidad necesaria para actuar, para sentir, pero también para sufrir y experimentar la soledad más aterradora.
La actividad que se desarrolla en nuestra cabeza convive en perpetua efervescencia, la inestabilidad que la caracteriza es la principal responsable de la infelicidad de la existencia humana.
Posiblemente los límites de las mentes equilibradas son fáciles de apreciar si nuestra observación es rápida y poco documentada. Normalmente, cuantas más relaciones establecemos con las personas y nos observamos a nosotros mismos, hemos de reconocer que este límite es discutible y poco honesto. Si queremos ser sinceros con lo que sentimos, con nuestras contradicciones y cambios emocionales, que nos desconciertan y obsesionan, desgraciadamente no encontraremos explicaciones coherentes.
Podríamos, pero preguntarnos ¿dónde está el equilibrio?
Si asumimos que la inestabilidad forma parte de nuestra naturaleza humana, también aceptaremos como pasajera cualquier dificultad que durante la existencia del día a día sin duda encontraremos.
Las sociedades desarrolladas dan la espalda en cuanto este equilibrio oscilante se rompe definitivamente con evidentes síntomas de enfermedad, cuando estas debilidades humanas son acentuadas y caminan para siempre hacia la desestabilización, la obsesión desgarrada y peligrosamente desequilibrada.
El objetivo del proyecto es conseguir que, a través de las fotografías y desde un punto de vista respetuoso, reflejar a este colectivo de personas marginadas, escondidas e incómodas para una sociedad con valores superficiales, cuya solución para los problemas de grupos humanos no agradables es huir del planteamiento para afrontar el problema.
Cabe solicitar a la sensibilidad colectiv, herramientas para aceptar, normalizar y desestigmatizar a estos seres humanos, portadores de una enfermedad mental.
Con este proyecto, lo que se pretende es, a través del visionado de estos retratos, posiblemente crudos y poco agradables, aprovechar lo que esta herramienta nos brinda: la posibilidad de tomar conciencia, asumir con realismo y empatía lo que puede ser una mente que convive en un infierno obsesivo y constante. La comprensión hacia estas personas pide hacerlas visibles, hablar de sus limitaciones, pero también de sus cualidades que, en ocasiones, se podrían potenciar.
El enfermo es vulnerable, se ha encontrado con una enfermedad, la naturaleza le ha traicionado. No sabemos hasta qué punto es consciente, tampoco sabemos si sabe que existen otros estados mentales. También existen estados y niveles de enfermedad.
Los que lo vivimos desde fuera, somos incapaces de imaginarnos qué es una enfermedad de este tipo y el grado de sufrimiento de los afectados y de su entorno.
Las sociedades contemporáneas, extremadamente egocéntricas necesitan una sensibilización para ser conscientes y empáticas con los más desfavorecidos, los que viven en las prisiones de sus estados, donde irremediablemente conviven con sus propios infiernos a través de una mente inquieta, herida y dolorida.
Sobre todo dolorida por la falta de libertad, cuando la libertad la entendemos como consciencia de que existen otros mundos y caminos para elegir o simplemente la voluntad de salir.
Al observar estos retratos de seres humanos, heridos de mente y espíritu, encontraremos la huella de nuestras propias incoherencias, contradicciones y desequilibrios.
Esta reflexión a la que invitamos al espectador, pretende mirarlos con comprensión, humildad y amor, hace falta que aprendamos a mirar con serenidad, la de nuestros ojos, de igual a igual.
Posiblemente nos encontraremos con que el reflejo de sus rostros no está tan lejos de nuestra caricatura.
Probablemente nos daremos cuenta del caos en el que se encuentra, en general, la mente de los seres vivos.
La diferencia solo está en tener o no conciencia de ello.